Buenos días,
¿Qué tal hemos empezado el mes de
septiembre?
Probablemente, tanto ayer como en
los próximos días, las conversaciones con nuestros y nuestras compañeras,
familiares y amistades, pueden comenzar preguntando por la vuelta de las
vacaciones, para quienes las hayan tenido, y las referencias a la denominada “depresión
post-vacacional”. Éste es el tema al que vamos a dedicar este breve post.
Antes de entrar en materia, precisaré
que, en mi opinión, para el proceso terapéutico no es imprescindible el uso de
categorías o etiquetas diagnósticas, ya que cada persona es un sujeto particular
y debe ser acogida y acompañada con sus particularidades. Si me lo permitís,
más adelante le dedicaré una publicación específica a este tema. Sin embargo,
lo saco a colación porque si para la práctica clínica individual el uso de
etiquetas es más que prescindible, más aún lo sería en la vida cotidiana.
Si hemos podido desconectar de la
rutina y la cotidianeidad de nuestro día a día a través de una ruptura
vacacional, es normal (entendamos por normalidad lo frecuente y probable) que
nos lleve unos días, pensamientos y emociones el retornar a nuestra
cotidianeidad, y cuanto más grande haya sido el cambio, puede parecer lógico
que más tiempo nos lleve la adaptación a la novedad. Y esta transición puede
ocupar nuestros pensamientos y afectos recordando el buen tiempo pasado, e
incluso sentir emociones de tristeza y añoranza. Lo llamamos adaptación a los
cambios. Y en cada persona puede tener un impacto mayor o menor. Personalmente,
recuerdo, siendo aún escolar, la ruptura con la vida cotidiana que me suponían
los tres meses de vacaciones que teníamos entonces, los vínculos que se
reforzaban con las amigas y amigos, no digamos ya en la adolescencia, y la
brusquedad de la vuelta al colegio… Pero de ahí, a asignarle a este cambio y su
consiguiente adaptación, una categoría diagnóstica de “Depresión” del tan
utilizado Manual
DSM- 5 de la Asociación Americana de
Psiquiatría, ¿no parece un poco desmesurado?
Recordemos brevemente los
síntomas, que desde el punto de vista clínico, siguiendo el citado manual,
definen una Depresión Mayor (deben tenerse al menos 5 o más de los siguientes,
incluyendo necesariamente el 1 ó el 2, durante dos semanas seguidas):
1. Estado de ánimo deprimido la
mayor parte del día, casi todos los días, según se desprende de la información
subjetiva (p. ej., se siente triste, vacío, sin esperanza) o de la observación
por parte de otras personas (p. ej., se le ve lloroso). (Nota: En niños y
adolescentes, el estado de ánimo puede ser irritable.)
2. Disminución importante del
interés o el placer por todas o casi todas las actividades la mayor parte del
día, casi todos los días (como se desprende de la información subjetiva o de la
observación).
3. Pérdida importante de peso sin
hacer dieta o aumento de peso (p. ej., modificación de más del 5% del peso
corporal en un mes) o disminución o aumento del apetito casi todos los días.
(Nota: En los niños, considerar el fracaso para el aumento de peso esperado.)
4. Insomnio o hipersomnia casi
todos los días.
5. Agitación o retraso psicomotor
casi todos los días (observable por parte de otros; no simplemente la sensación
subjetiva de inquietud o de enlentecimiento).
6. Fatiga o pérdida de energía
casi todos los días.
7. Sentimiento de inutilidad o
culpabilidad excesiva o inapropiada (que puede ser delirante) casi todos los
días (no simplemente el autorreproche o culpa por estar enfermo).
8. Disminución de la capacidad
para pensar o concentrarse, o para tomar decisiones, casi todos los días (a
partir de la información subjetiva o de la observación por parte de otras
personas).
9. Pensamientos de muerte
recurrentes (no sólo miedo a morir), ideas suicidas recurrentes sin un plan
determinado, intento de suicidio o un plan específico para llevarlo a cabo. “
Y lo más importante, “Los
síntomas causan malestar clínicamente significativo o deterioro en lo social,
laboral u otras áreas importantes del funcionamiento; y “El episodio no se
puede atribuir a los efectos fisiológicos de una sustancia o de otra afección
médica.”
Entonces, hagamos una pequeña
reflexión: si, como nos dicen teóricos del pensamiento como Noam Chomsky, el
lenguaje crea pensamiento, mi invitación sería a no utilizar etiquetas diagnósticas
para describir nuestros estados de ánimo cotidianos, ya que existe una
tendencia actual a patologizar la vida. O, si las usamos como parte del
lenguaje en uso, al menos no las interioricemos, no vaya a ser que, sin
quererlo sigamos una “Profecía auto-cumplida” ¡y terminemos con un estado de
ánimo de manual!
Buen fin de semana,
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